He visto en múltiples ocasiones como personas con un reconocido grado académico o con una trayectoria profesional impresionante se quitan su sombrero de médicos, científicos, sacerdotes, militares, arquitectos, políticos, directores de empresas, ganadores de premios, etc, etc. y se ponen el sombrero de alumno para participar activamente en las clases de idioma. Esas personas abren su mente al aprendizaje con todo lo que conlleva, desde lo relacionado con el idioma y su sentido pragmático hasta factores como motivación y personalidad. En la Andragogía, la ciencia que ayuda a organizar el aprendizaje de los adultos, se definen las principales características que tiene un adulto para aprender. Antes que nada, el aprendizaje es un proceso voluntario donde cada individuo decide que aprender y como usará lo aprendido. Escoge en base a sus experiencias, conocimientos, creencias y estilos de vida; piensa en sus razones o motivaciones para estudiar un idioma nuevo y pone en práctica su dominio de diversas estrategias de aprendizaje que ha adquirido durante su vida académica. Conoce sus fortalezas y debilidades para aprender y distingue sus necesidades. Además, sabe cual habilidad se le facilita y en cual debe poner mayor atención.
Se dice que se alcanza el éxito cuando se aprende en un espacio de igualdad, cordialidad, empatía y efectividad porque nos sentimos tranquilos al saber que los compañeros de clase comparten las mismas condiciones, que tienen un grado de madurez y experiencia, asimismo que tenemos un objetivo en común. De esta manera, todos los alumnos aportan mucho en los cursos de idioma debido a su experiencia de vida tanto en lo personal como en lo profesional. Aprender un idioma es enriquecer nuestras vidas también aprendiendo de otras personas al cambiar nuestro sombrero.